Un zumbido, como el de un móvil vibrando de manera constante, emanó de la cocina en plena madrugada. Manuel estaba tumbado en el sofá gris que había frente a la televisión, con los pies apoyados en un puf más cómodo para ese menester que para sentarse. Peleaba por no dormirse. En la pantalla, desde Estados Unidos para todo el planeta, había otro combate: el de Mayweather y Paquiao y su disputa por el campeonato del mundo de boxeo.
Hagrid estaba sentado encima de Manuel y miró hacia la izquierda en dirección a la cocina, cuya luz estaba encendida. Lo hizo dos segundos antes de que su dueño oyese por primera vez ese zumbido. Manuel también giró la cabeza, pero volvió a dirigirla hacia la TV mientras bostezaba por quinta vez desde que había arrancado la pelea. El sonido continuaba y Hagrid, en vista de que su propietario no se movía, enfiló hacia su punto de origen.
Se quedó en la puerta, temeroso de entrar en la cocina. A modo de defensa, comenzó a ladrar. Preocupado porque los ladridos molestasen a sus vecinos, Manuel, despertado de su letargo, se acercó a darle ánimos a su perro.
-Hey, tranquilo, no pasa nada- le dijo mientras le acariciaba la cabeza, alargando su masaje hasta la zona del entrecejo del animal.
Manuel vio lo que estaba emitiendo esos zumbidos. Si recordaba bien su libro de biología de los insectos, aquello de la ventana era un avispón europeo, también llamado gigante, uno de los pocos de su especie que salían por las noches, atraídos por la luz. Una sensación de repelús recorrió su interior, aunque no sabría exactamente señalarse el sitio. El avispón estaba apoyado en las cortinas, que con el aire dibujaban la silueta del batir de las alas de una mariposa. Después ascendió hasta casi el techo, sin tocarlo, levitando más que volando. Repitió la operación varias veces. Hagrid y Manuel, veinte y cuarenta veces más grandes que aquel bicho, continuaban inmóviles.
Como jefe de la manada –y por deferencia al gesto anterior de haberse acercado a la cocina-, Manuel olvidó su asco y fue hacia la ventana. Se quitó la zapatilla pensando en que solo quería que el avispón saliese por donde había entrado. Mientras el humano intentaba rozar con la suela al insecto, Hagrid dio dos pasos adelante y se colocó de guardaespaldas. Sus ladridos parecían más de aliento para su amo que de intimidación para el rival.
Dos impactos dieron en el blanco, haciendo que el pequeño contendiente perdiese altura y se acercase a la lona. Este verdadero peso mini mosca agonizaba contra los pesos mosca y mediopesado, cuando, de repente, otro compañero apareció en el cuadrilátero. Tenía seis patas, dos antenas y 7 cm de tamaño.
Manuel, al ver a la cucaracha, pegó un grito y se echó hacia atrás, dándole una tregua al bicho alado. Al más puro estilo kamikaze, el avispón aprovechó la vida que le había regalado su aliada para lanzar un contraataque desde las alturas. Hagrid había pasado a tener en su lomo izquierdo, entre su abundante pelaje, un insecto que quería hacer de garrapata y picarle. Manuel abandonó momentáneamente su cara a cara con la cucaracha para ayudar a su mascota, sobre la que no iba a permitir sufriese rasguño alguno. Se acababa lo de ganar a los puntos; ahora quería el K.O.
El jefe de la manada asestó otro nuevo golpe al avispón, esta vez para mandarle a una esquina. Un árbitro imaginario aquí hubiese empezado a contar hasta diez.
-Venga, Hagrid, todo tuyo- dijo Manuel, que había cerrado las puertas de la cocina-ring y se había repuesto del susto inicial provocado por la cucaracha. Ya han perdido hasta el factor sorpresa.
El perro, sin picadura alguna, parecía haber olvidado la afrenta de antes e intentaba jugar con su contrincante, mientras este moría. Con sus últimas fuerzas, el bicho se elevó hasta la encimera mientras que la pata derecha de Hagrid se movía en su dirección con la torpeza y peligrosidad de un gigante bonachón.
-Ya me encargo yo- le comentó sonriendo Manuel a Hagrid, que le miraba con la lengua fuera y jadeando de felicidad por ese buen rato que estaba pasando.
El chaval cogió la aspiradora de mano y acabó primero con la cucaracha y después con el avispón. Con papel de cocina limpió una mancha negruzca que se había quedado en el suelo y abrió el frigorífico para hacerse con un yogur de fresa, su cinturón de campeón en esos momentos.
El combate aún no había terminado cuando Manuel volvió a tumbarse en el sofá. Esta vez Hagrid eligió ponerse a sus pies. Pasada media hora, el comentarista dijo, mientras tenía lugar la entrega de premios, que esta vez se no se había cumplido la famosa frase de Muhammad Ali: “Vuela como una mariposa, pica como una abeja”. Manuel estaba dormido. En Las Vegas, como en aquella casa, el ganador había sido Mayweather.
Foto: bloodyelbow.com
Sin saber que hoy cumplía años este relato, (dos concretamente) he entrado a buscarlo, sin ninguna duda uno de mis favoritos. Enhorabuena amigo