aAna estaba feliz y nerviosa. Hoy Luis, después de estar casi dos años sin saber nada de él, la había invitado a comer en su casa. Le contó que había tomado un año sabático y lo dedicó a recorrer América del Sur.
Le pidió mil disculpas por haberse ido sin decirle nada: lo planeó todo tan deprisa que no se despidió de nadie; no se lo dijo ni a sus padres hasta que ya estaba embarcado en el avión.
Ella siempre se había sentido atraída por Luis, pero estaba segura de que para él solo era una amiga especial con la que podía contar en cualquier momento. Nada más, de ahí no pasaba el tema. Incluso el día que se había tenido que quedar a dormir en casa de Luis, ella se había insinuado de mil maneras distintas él no había claudicado, dejándola un poco frustrada viendo que sus insinuaciones no servían para nada.
Hoy, cuando la llamó por teléfono; la manera que le dijo cuánto se había acordado de ella; que muchas veces le habría gustado que estuviera con él, le hizo pensar que ese día sería distinto a todos los anteriores encuentros. Que algo especial iba a ocurrir. Ella pondría todo lo que fuera necesario por su parte para que fuera así.
A las dos en punto de tarde, tal como habían quedado, hecha un manojo de nervios, estaba llamando al timbre de la casa de Luis.
– Hola, estás muy guapa-, le dijo Luis al abrirle la puerta.
– Gracias, creo que he engordado un poco; a ti te han salido unas cuantas canas, menos de lo que me dijiste por teléfono.
– ¡Pero si tengo el pelo prácticamente blanco! La última vez que nos vimos todavía era negro.
Estuvieron un rato poniéndose al día, se contaron muchas anécdotas y cosas que habían vivido en esos años de separación. Cuando las confidencias no daban para más, Luis le dijo:
– ¿Te apetece darte un baño en la piscina? O si lo prefieres comemos antes.
– Comemos antes -dijo Ana-, pensando que así tendría tiempo de calmarse un poco..
– Estupendo. He preparado una comida ligera: con este calor creo que es lo que más apetece.
Se le haba olvidado que Luis tenía piscina en su casa así que añadió un nuevo motivo a sus nervios: ¿Cómo se iba a bañar?
– Luis, no contaba con la piscina y no he traído el bañador.
– No importa, te bañas desnuda. Yo siempre lo hago así: creo que no tengo bañador.
La comida transcurrió tranquila. Intentaron descubrir por qué habían dejado de llamarse, sin que hubiera en realidad razón alguna para eso. Se prometieron que eso no volvería a pasar.
– Ahora, que ya hemos terminado de comer, si te apetece dormimos un poco en las tumbonas de la piscina y luego nos damos un baño-, dijo Luis.
– Me parece una idea estupenda, hace un día muy bueno y apetece tumbarse al sol-, contestó Ana.
Ana se desnudó y se tumbó en una de la hamacas aparentando indiferencia, pero estaba hecha un flan. Quería ser natural, como si estuviera acostumbrada a bañarse así siempre.
Cerró los ojos dispuesta a dormir un poco. De repente, sintió que la acariciaban por todo su cuerpo de un forma lenta y sensual. Abrió los ojos y vio cómo los de Luis la miraban con deseo. En un principio se dejó hacer; sentía sus besos y caricias por todo el cuerpo. Llegó un momento que no puedo contenerse más y ella también empezó a besarle y acariciarle.
No quedó un solo centímetro de sus cuerpos sin explorar; aquello era un verdadero frenesí de caricias y besos. Ella sentía cómo se humedecía su sexo y la turgencia del sexo de él. En un momento determinado, se ofreció y él no tardó en penetrarla con un gran ímpetu.
Al sentirlo dentro de ella, Ana dio un grito de placer: aquello superaba todas sus expectativas. No se podía sentir más. Cuando llegó el clímax, creía que iba a morir allí mismo.
– Descansa un poco y luego nos bañamos-, le dijo Luis cuando hubieron terminado
Ana se quedó dormida rápidamente. Estaba agotada. Cuando despertó, le comentó a Luis.
– ¿Nos bañamos?
-Vamos, nos vendrá bien un baño.
El agua de la piscina tenía la temperatura ideal. Hicieron unos cuantos largos y empezaron a besarse y acariciarse de nuevo; parecía que llevaran años sin hacer el amor.
Luis la subió a horcajadas encima de él para poder penetrarla; luego la hizo apoyarse en el borde de la piscina puesta de espaldas y volvió a introducir su pene dentro de ella. Los suspiros de placer de Ana excitaban más a Luis.
Estuvieron un rato largo con este juego: unas veces él la penetraba de frente, otras de espaldas y en todas las posiciones que pudieron encontrar dentro de la piscina. El pene de Luis jugueteaba dentro de ella con movimientos rítmicos, empujando con fuerza, cosa que a Ana la dejaba sin aliento. Pero la entusiasmaba.
Después de estar así con este juego de caricias, besos y penetraciones, llegó el orgasmo. Ana pensó que perdía el conocimiento del puro placer; nunca había sentido algo tan intenso.
Descansaron, lo necesitaban. Los momentos anteriores habían sido demasiado intensos:estaban realmente agotados. Al hacerse de noche, se despidieron prometiéndose que no volverían a tardar tanto en verse.
Ana se dirigió a su coche y pensó que, aunque ese día no volviera a repetirse, la experiencia vivida no se le olvidaría nunca.
D.S. Ada Smith es el pseudónimo de una buena amiga con la que he compartido varios años taller de creación literaria. Sus relatos nunca pasaban inadvertidos y hacían que la temperatura en clase subiera.