Ella paseaba a Walt en brazos y todo hacía parecer que aquel sería un buen día. Los pajaritos cantaban, las nubes se levantaban y su marido, al lado, empujaba el carrito del bebé. El señor Don Gato estaba sentadito en su tejado, maullando, buscando con la mirada a otro gato que desaparecía por momentos, pero que siempre sonreía. Mientras las ranas, en el lago del patio de una casa muy particular, hacían cucú debajo del agua.
El camino que seguían Gwendoline y su marido era en dos dimensiones, pero al fondo pudieron ver un tiovivo. Los dos morían por montarse pero solo querían hacerlo acompañado del otro. El dueño de la atracción, que respondía al nombre de Holden, les recomendó que no dejasen al bebé a su suerte, así que se quedaron sin subir. Triste ella, risueño él, decidieron parar a tomar una limonada. Sentados sobre unas sillas de aluminio, fueron atendidos por unos pingüinos que pronunciaban con un acento extraño. Si hubiese habido horizonte, Gwendoline hubiese dicho que estaba pintado de gris, sombreado. Observando a Walt, dormido ya en su carrito, se le pasó el mal rollo. Hay gente que vivía peor.
De la nada, y antes de que a la pareja les diese tiempo a moverse, dos hombres y una mujer se aparecieron. Ella era rubia y llevaba una varita; uno vestía de rojo y tenía el bigote de Dalí. El tercero le resultaba familiar a Gwendoline. Tenía una cara aniñada y llevaba un traje verde manzana sin corbata. Comenzó a hablar.
– Señora Darling. Soy el comandante Bred. Trabajo para Servicios Sociales y vengo a llevarme a su hijo-.
Gwendoline comenzó a llorar. Su marido intentó levantarse pero el compañero de Bred sacó una espada, poniéndole el filo en el cuello. La mujer rubia, en un segundo plano, contemplaba la escena con la varita levantada, aunque sin llegar a agitarla.
– ¿Pero…por quéeeeeeeeeeeee? Si nosotros cuidamos a Walt fenomenal. ¿Quién… nos ha delatado? ¿Qué hemos hecho mal?- dijo la madre, sollozando, gritando e hipando
– Que… ¿qué han hecho mal? Creo que está claro: su hijo está creciendo demasiado deprisa – respondió el inspector. Capitán -dirigiéndose a su compañero- vigílelos.
Bred cogió a Walt en sus brazos, sintiendo una conexión que solo había experimentado otra vez. El nombre de aquel niño era Lewis.
– No queremos armar más escándalo del necesario, señora Darling-. Nos marchamos ya. Podrán visitar a Walt una vez al mes, en el orfanato de Neverland. Está en la calle Estrella, número 2. Piso de la derecha.
– No todo el mundo es capaz de encontrarlo – dijo con sonrisa malévola, la mujer rubia, que ahora sí agitó su varita.
Si Gwendoline y su marido hubiesen levantado la vista en ese momento, habrían visto a los tres captores volando por los cielos, pero andaban abrazándose y llorando el uno sobre el otro,. A Walt, que había perdido su chupete, se le caía la baba.