El sábado 6 de abril se cumplieron 70 años desde que a un aviador francés, de nombre Antoine de Saint-Exupéry, le publicasen el libro que definitivamente colocaría su nombre en la literatura universal. La obra es, por supuesto, El Principito (Le Petit Prince en su francés original), uno de los grandes clásicos del siglo pasado y que tiene entre sus logros numéricos haber vendido más de 150 millones de ejemplares, además de haber sido traducido a más de doscientos idiomas y dialectos.
Como le sucede a, por ejemplo, Toy Story 3, la historia encierra mucho más de lo que en principio aparenta y será entendida de una forma diferente según distintos factores, especialmente en el que a la edad se refiere. De forma rápida, la trama la protagoniza ese principito que vive en un planeta llamado asteroide B 612, donde solo está él, tres volcanes, una rosa y unos árboles de especie baobab.
El Principito
Un día decide recorrer mundo y en su viaje llegará a siete planetas, donde irá encontrándose a un personaje con el que conversará por cada uno de los mismos. La lista, a saber, es: un rey, un vanidoso, un borracho, un hombre de negocios, un farolero, un geógrafo y, finalmente en la Tierra, se topará con un aviador, que es también el narrador de la historia. Además de con estas personas, el niño principito interactuará en la Tierra con un cordero y con un zorro.
Puestos los elementos sobre la mesa, en ella se dibuja una historia supuestamente infantil. De hecho ésta está narrada en un lenguaje sencillo, y con la misma entonación con la que imaginaríamos contar un cuento a un niño para dormir. Y lo entendería, pero no del todo. O no de la manera que un adulto cree entender la obra de Saint-Exupéry, sobre la que hay muchas interpretaciones que convergen en una idea general: hay más, hay que rascar detrás de cada personaje.
Los peones puestos en el desarrollo del viaje del principito pasan de manera fugaz y no da tiempo a profundizar en ellos, pero es que tampoco hace falta. Su mensaje está claro, muchas veces más por los silencios que por las palabras. Ya el Principito lo va poniendo en evidencia de la forma más dura y complicada: con inocencia, preguntando a quien supuestamente sabe o tiene más. Cada cosa tiene su importancia, nada está puesto al azar y si se puede hablar de libros que tiren de representaciones claras, de asignarle a cada “actor” una cualidad muy marcada como puedan ser la lealtad, la codicia, la fidelidad o el egoísmo, ése es el caso del cuento del escritor galo, de moraleja continua y belleza sencilla.
Lo esencial es invisible a los ojos
De los libros se dice que “cada uno es un mundo”. Con las personas sucede algo parecido, aunque en menor medida de lo que nos queremos creer. En los dos casos los hay buenos y malos, feos y bonitos, que hacen que ciertas historias queden marcadas para siempre en la memoria. Yo a éstos los llamo especiales. Y eso es precisamente El Principito, una aventura que si bien casi todos leen, o experimentan si lo extrapolamos a la vida (amistad, amor, sinsabores, por ejemplo), a todos marca. Y lo hace de manera personal. Pero lo hace.
“Lo esencial es invisible a los ojos” es la frase más conocida del cuento. ¿Recuerdas las sensaciones de aquella historia vivida con esa persona especial? Al cerrar las páginas de El Principito la percepción literaria es la misma: quizá no lo hayas entendido todo pero da igual, el regusto es satisfactorio. Fue bonito. Es como sentirse grande e insignificante a la vez, humanos en su esencia más absoluta. Como cuando éramos niños y viajábamos de planeta en planeta sin más conocimiento que lo verdaderamente auténtico.
Esperad, no os vayáis, que hay otro libro fundamental del siglo XX también en boca de todos. Y es que el día 19 se estrena en España En el camino (On the road en su título original), la versión cinematográfica de la novela de Jack Kerouac. Manifiesto de referencia para la llamada generación beat, narra la historia autobiográfica de Kerouac (Sal Paradise en la obra) y de Neal Cassady (cuyo nombre en el libro es Dean Moriarty).
Del avión del Principito a la Ruta 66
Paradise encarna a un aprendiz de escritor que viaja constantemente por todo Estados Unidos y finalmente México junto a Moriarty, el arquetipo de malo en apariencia pero leal hasta las últimas consecuencias. Dean es un hipster, cuando la palabra “postureo” carecía de significado y Twitter no existía, un aprovechador de los placeres terrenales hasta el extremo. El sueño americano no es otro que los anhelos carnales, los impulsos triunfan sobre las razones y la única meta es hacer que no haya momento para el autoreproche.
Sal, un tipo relativamente atado a las cadenas que la sociedad implica en forma de estabilidad, busca en Dean la persona que le dé un empujón para vivir todas las aventuras que por sí mismo no se atrevería a hacer. Con los matices que da el tiempo (On the road se publicó en los años 50) y la localización geográfica, Paradise y Moriarty serían una especie de Ted Mosby y Barney Stinson de la serie Cómo conocí a vuestra madre.
Mientras los últimos no se mueven de Nueva York, los primeros engrandecen la leyenda de la ruta 66, de los Estados Unidos áridos, de las carreteras solitarias y de las noches lúgubres, sórdidas, seguidas y precedidas por jornadas maratonianas recorridas con un viejo Cadillac o similar. El copiloto mira al horizonte, fumando, con los pies descalzos en alto por fuera de la ventanilla. Las drogas y el alcohol, a raudales, se sobreentienden. Lo importante es no frenar, no parar de disfrutar. El ritmo frenético genera ansiedad y a la vez vacío si no se exprime al 100%.
Gente loca por vivir
Como ejemplo este fragmento de la novela, que resume todo en cuatro líneas: “La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”. Con ganas de todo al mismo tiempo. El camino siempre por encima del fin.
Sobre lo que será su película, ha tenido las complicaciones previas típicas a otros casos, con anteriores intentos fallidos de adaptación y cambios en el elenco de dirección y reparto. Finalmente Walter Salles (determinante su dirección en Diarios de motocicleta, que narra varios viajes del Che) estará a los mandos, el guión ha sido obra de José Rivera (también se encargó del de Diarios de motocicleta) y el dúo protagonista ha recaído en Garrett Hedlund (Moriarty) y Sam Riley (Paradise), con la vampirita Kristen Stewart en el papel de Marilou, el amor más o menos estable de Dean.
La película fue estrenada en Estados Unidos a finales de 2012 y ha recibido todo tipo de críticas –mayoritariamente negativas, ciertamente-, aunque los comentarios se han centrado en la eliminación, también en la versión que llegará a nuestro país, de una escena especialmente tórrida entre los tres protagonistas. Sea como fuere, aquí está el tráiler. Para ver el resultado final quedan, eso, diez días. Mucho tiempo para especular y teorizar sobre si la imaginación es más gratificante que la realidad.
Foto: lamenteesmaravillosa.es