Ella y Él
-¿Crees que mañana nos sacarán?- pregunto Él.
-Todo dependerá del tiempo que haga. Me apetece bastante, que durante el año no salimos mucho- respondió Ella.
-Pero tenemos muchas visitas-.
-Eso sí. De eso no podemos quejarnos-.
A esa hora de la noche, el edificio se hallaba totalmente a oscuras. Afuera, el frío acompañaba a una densa lluvia que llevaba cayendo durante horas, haciendo que las callejuelas adyacentes, todas de bajada, estuviesen llevando agua hacia el pueblo a un ritmo moderado. Las imágenes, no obstante, estaban prácticamente preparadas. Las previsiones hablaban de una mejora en el tiempo, pero no había la certeza de que a la hora indicada las nubes, que no tenían pensamiento de abandonar el cielo y perderse el espectáculo, decidiesen no descargar.
Ella, ya subida en sus andas, lucía de riguroso negro. La cubría un manto aterciopelado que le llegaba desde la cabeza hasta las piernas y se alargaba hacia atrás, formando una cola que le estilizaba en su conjunto. Las flores a su alrededor se las pondrían mañana, para que estuvieran lo más frescas y luminosas posibles. De ello se encargarían sus hermanas, que era quienes la habían vestido por la tarde. Como cada año por estas fechas, y ya van unos cuantos, se dejaba arreglar con la mejor de las disposiciones.
Era un día triste, pero a la vez de celebración, y mirándolas a ellas, a sus hermanas, con la devoción e ilusión con que la preparaban, no podía estar más que contenta. Aunque fuese por dentro y su cara no lo terminara de reflejar del todo. Ellas la vestían, sí, y a su alrededor varios hombres miraban de que todo saliera como debía. Estaban en un segundo plano, como listos para intervenir por si algo fallara.
A Él, a su Hijo, lo habían bajado de la posición central que normalmente ocupa. Era un día para que estuviese más cerca de la gente. De la que le iba a ver allí dentro y de la que quieren verle en las calles. Todos quieren agradecer. A Él por su sacrificio y a Ella por criarle, cuidarle y acompañarle hasta donde pudo. Ensartado, con una corona de espinas en la cabeza y prácticamente desnudo, sus hermanos le habían puesto un trapo por encima para que se mantuviese en el mejor de los estados. Entre quienes le habían ayudado a bajar había sobre todo hombres, aunque también alguna mujer. Ellos se ocuparían del traslado y ellas, a su lado cuando todo el mundo se acercara, serían quienes le irían limpiando.
-Son muchos años, 2018, si no me equivoco, pero me seguiré emocionando igual- le dijo la Virgen al Cristo.
El Viernes comenzó nublado, pero las previsiones estaban en lo cierto: la lluvia empezó a amainar. A la hora de comer, ya no caía una gota. Por la mañana los hermanos y hermanas habían concluido los preparativos con mucho mimo y delicadeza, dejando las imágenes, ahora sí, totalmente preparadas para la misa, posterior procesión y Vía Crucis.
La Celebración de la Muerte del Señor coloca a la imagen de Jesucristo en el medio de la iglesia, debajo del altar. A un lado, como es habitual en este templo, se sitúan San Sebastián y San Isidro. Los fieles se aproximan a Él y le besan los pies. Las hermanas que le cuidan, que se llaman camareras, hacen su labor de limpieza de la figura entre lágrimas de emoción. Sus hermanos de Junta lo observan todo desde los bancos delanteros. Donde acaba esa hilera de asientos, la Virgen de la Soledad observa la escena sin mayor compañía. En ese momento hace honor a su nombre. Desde atrás, ella está de luto por la muerte de su hijo.
A la tristeza del aniversario le ha ido sumando, con el entender de los años y los homenajes, el orgullo de ver lo que Él despierta. A continuación, Ella le verá salir por la puerta e irá detrás, llevada por sus hermanas, junto al Sepulcro. Acompañará y velará por Él, como siempre ha hecho.
La procesión salió como debía, y al día siguiente tocó recogerlo todo. Los hermanos y hermanas restablecían el orden en la iglesia, colocándoles a Él y a Ella en el sitio en el que se ubican el resto del año. Cada uno se ocupaba de su imagen, aunque los unos también ayudaban a los otros, sobre todo los hombres a las mujeres en cuestiones de carga de peso y fuerza.
Como Ángel tenía las llaves de la iglesia, se quedó regazado mientras el resto de mis compañeros iban saliendo.
-Ojalá os haya gustado lo que hemos preparado. La gente estaba emocionada y han dicho que lucíais muy bonitos, sobre todo tú- les dijo, girándose en este caso específicamente a Ella.
-¿Por qué sucede eso, porque de vosotras muchas veces lo que más reluce es lo de fuera y vuestra capacidad de sufrimiento?-.
-¿Por qué la fuerza parece que es solo cosa nuestra? ¿Es camaradería, pura amabilidad por tener, en principio, más fuerza física que vosotras o hay algo más?
-¿Y si ponemos un camarero y un camarera en vez de dos camareras? Así esa pleitesía la rendiríamos por igual ¿no?-
-¿Y si, Cristo, tu hermana mayor fuera una mujer? ¿Pasaría algo? Alguna vez tiene que romperse esa barrera-.
-¿Tú crees, Virgen, que en las cofradías solamente masculinas las esposas de los hermanos ayudan tanto como los maridos de tus hermanas? ¿Ellas no pueden solas?
-Estos días he visto mucha igualdad, más de lo que yo pensaba. Así os lo cuento, pero tenía que quedarme para haceros estas preguntas. Entre ellas he visto sororidad, que ahora en WhatsApp se pone con un corazoncito morado. Me ha dado la impresión de que el hombre respetaba los espacios de ellas, siendo aliados y ocupando un lugar secundario, mientras las mujeres se empoderaban. La Virgen, tú, es de todos, pero ellas son las que están más cerca.
Y esto también es feminismo, aunque no sé si aquí por contexto pega o porque muchas de tus hermanas ni siquiera quieren que les pongan esa etiqueta. Pero lo son, porque luchan por sus derechos y por su posición de cofrades en igualdad de cuotas al hombre. Es feminismo transversal, es machismo de base, del sistema, como algunas cosas que te he contado. Quizá como el que sea yo y no alguna de mis compañeras quien esté aquí hablando con vosotros. Soy un hombre CIS enseñando sus vergüenzas, deconstruyéndose y desaprendiendo. Del pasado tengo la misma responsabilidad que, como español, de la conquista de América-.
Y añadió:
-Gracias por escucharme-.
No obtuvo respuesta.
La iglesia se cerró, luciendo ordenada, como si nada hubiera pasado allí los últimos días. Ella le guiñó un ojo a Él, que sonrió.
Foto: María Sánchez Uceda