Lo que en un tiempo que no vi estuvo cubierto por ámbar y piedras preciosas, ahora eran paredes desconchadas que dejaban medio desnudos los cimientos del edificio. El suelo, en el que aún me recuerdo revolcándome, lo ocupaban trincheras de cascotes y una montaña de pedruscos apiñados separaba las dos ventanas frontales. Por ellas entraba algo de luz; la mitad inferior era tapada por unos tablones que no sé si los han levantado, quien sea, por protección o vergüenza. Algo así sucedía en el techo, que se había rendido a las consecuencias de la guerra. El sol entraba en la habitación como cuando un niño lo guía hacia el hormiguero mediante una lupa. Y así fueron aquellos bombardeos. En realidad como lo son todos. Los conflictos son bebés peleándose por un juguete.
Sacha se ponía ahí, en el sofá central de dos plazas, donde apunta el rayo ¿Lo ves? Mientras apoyaba su cabecita en el reposabrazos, mamá le leía a Pushkin. La lámpara de mamá, porque era la lámpara de mamá…alguien la había empotrado contra el lado opuesto. Un halo de luz la enfocaba, pero aquello no era un girasol español que se erguiría. Yo ya no estaba cruzando el Ebro y mi familia jamás volvería. Tampoco papá jamás me perdonaría que me hubiese escapado.
-¿Tú dónde te sentabas? –me preguntó Lucía.
– Aquí –le señalé el sofá de nuestra derecha-. Papá me hablaba de la Gran Guerra y la Revolución.
Huir de casa, huir de España…no hay sitios seguros, he perdido todas las batallas pero siempre hay un sitio al que volver.
-Lo reconstruiremos- aseguró Lucía-. Olvidándonos de todo. Por ella.
Sveta descansaba en su pecho. Lucía la llamaba Luz porque no había aprendido a pronunciarlo.
Empecé a quitar los tablones de los ventanales. Los sillones, decidí, no se moverían.
Trabajo realizado para el Máster de Creación Literaria que estoy cursando en la VIU. Con esa foto había que escribir un microrrelato de 300 palabras, dándole especial importancia a los aspectos del espacio y el tiempo.