Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba allí. Steven, que compartía jaula con él, lo miró de nuevo con desconfianza. El miedo de los primeros momentos, que le tuvo tres días sin dormir, se había disipado hasta esta última siesta. Antes de cerrar los ojos el animal estaba encadenado y ahora sin embargo era libre y campaba a sus anchas por aquel recinto circular de veinte metros de diámetro y ocho de altura. ‘Gracias por no comerme‘ -así decidió bautizar Stephen a su compañero de piso tras pasar juntos la primera semana- era cuatro veces lo alto y lo ancho que él, un hombre medio norteamericano de 43 años consumidor de Big Mac’s y Budweiser. Cuando hubiese querido, ‘Gracias’ podía haber arrancado las cadenas y haberle devorado, y no lo hizo. Pero le prefería atado, y más ahora, que era como si le mirase distinto e incluso le sonriese con superioridad.
La situación de Steven había empeorado. Su muñeca derecha estaba atada, esposas mediante, a uno de los barrotes, y de la cabeza le manaba un chorro de sangre. Su tripa le rugió y, mirando al suelo, vio los restos de comida y agua que se había dejado con anterioridad. Todavía tenía reservas pero el cabreo consigo mismo por no haberse terminado todo antes hizo que el hambre y la sed, de repente, aumentasen.
No sabía si como consecuencia de la herida en la cabeza, Stephen hizo lo primero que se le ocurrió.
– ¿Por qué estoy atado? ¿ Y tú ahora libre?- le dijo al bicho verdoso de cola y largo cuello, haciendo un ademán con el cuello y señalándose el brazo atrapado- ¿Has sido tú?
Con ese último giro la cabeza le ardió y la sangre le cayó con más rapidez. ‘Gracias’ no le contestó, aunque su sonrisa cambió, ascendiendo solo de un lado de su rictus y pareciéndole más maliciosa.
Otro dinosaurio se acercó a la jaula y empezó a comunicarse con ‘Gracias’. Emitían una especie de gruñidos y, en medio, palabras que Steven sí entendió. “Purificación”, “golpe”, “no”, “preparado”, salieron de las bocas de los dos dinosaurios, que de vez en cuando reían. Sus carcajadas eran bolas de fuego que quemaron parte del suelo de fuera y de dentro de la jaula.
Tras varios minutos, el dinosaurio de fuera se marchó, mientras ‘Gracias’ se acercó a Steven. Tirando con todas sus fuerzas del brazo, intentó romper la cadena que lo amarraba a aquellos barrotes. Fue inútil. El animal prehistórico emitió tres gruñidos y la palabra “patas”. Steven miró hacia abajo y vio cómo sus piernas habían empezado a coger un tono verdoso.
– ¿Qué me está pasando?- preguntó a ‘Gracias’.
Esta vez sí que entendió la respuesta
-Ya lo irás comprendiendo.