Nuestra mamá es guapa. Nuestras amigas quieren ser como ella (y sus madres también). Siempre va bien peinada y su color de pelo es precioso. Tiene una ropa elegante que combina con unos bolsos de lo más bonitos. Su tono de voz es dulce y cariñoso. Las niñas de clase quieren venir a casa a merendar para ver a mamá. Todas quieren ser como ella cuando sean mayores…
Pero la verdadera historia, no es esta. Nuestra madre es una bruja. Tiene el don de transformarse: en la calle parece un hada buena, pero en casa es la peor de las brujas jamás imaginada.
Cuando se levanta, mi hermana Cayetana, que es más observadora que yo, dice que tiene verrugas, A mí por un lado se me hace raro: tiene un cutis como un bebe, pero, claro, esto justificaría la hora que se pasa encerrada en el baño. ¿A lo mejor tiene que taparse esos granos putrefactos? ¿O los gusanos asquerosos que le salen por el pelo? Eso no me lo ha dicho Caye. Juro que una mañana se los vi yo misma entre la maraña de greñas con la que amanece.
Es increíble la capacidad que tiene de hacer vocecitas. Su tono dulce de calle, en nuestro hogar se transforma y es capaz de alcanzar registros propios de la mejor de las sopranos. ¡Levantaros! ¡Al colegio! ¡A la ducha! Cecilia, ¿has estudiado? ¡Cayetana! ¡te estrangulo! Después de doce años aguantando sus voces, creemos firmemente que en otra vida fue militar. Frases concisas, en tono marcial, que de repente se dulcifican cuando le suena el teléfono móvil y es alguna de su amiga quien la llama. Solo una bruja profesional puede cambiar los registros de voz con tanta maestría.
Lo que no maneja muy bien es el tema de las pócimas ¡qué mal cocina! Brebajes, los que haga falta. Jengibre, té verde, rojo, azul, y todos los que se inventa (es muy creativa). ¿Salchichas? De tofu, a montones. Pero no la pidas un cocido ¡menos mal que está la abuela!
Sabemos que nos tiene envidia desde el momento que nos engendró en su vientre. Da pena, pero así es. Cayetana y yo somos gemelas y ella no podrá destruir el vínculo que nos une desde antes de nacer por muchas maldades que ingenie. Eso la pone los nervios de punta. A veces toma unas pastillas para tranquilizarse. Se duerme y babea.
Siempre promete y no da. Es mentirosa. Una vez nos dijo que si sacábamos más de un ocho en matemáticas nos regalaría un perro a cada una. Estudiamos un montón. Incluso nos pusimos los libros en la cabeza para que se nos traspasara el conocimiento. Sacamos un nueve y la muy cínica cumplió su palabra. Nos regalo dos perros mugrientos… de peluche. Esto fue la gota que colmó el vaso…
Fue un domingo. La noche anterior había salido. Seguramente quedó con otras brujas como ella para celebrar una akelarre. Debió beber alguna pócima experimental. Decía que la dolía mucho la cabeza y que no se podía levantar de la cama. La verdad es que siempre se quejaba de la cabeza ¿tanta maldad la estaría comiendo el cerebro? Nos pidió que la preparáramos el desayuno. Papá estaba haciendo footing.
Daba un poco de lastima y nos lo pensamos, pero era nuestra oportunidad. En la cocina, cuidadosamente, preparamos su desayuno. Zumo de naranja con todas las pastillas que encontramos para los nervios (bien machacadas para que no las notará), café con las píldoras del dolor de cabeza (unas cien), tostadas y se lo llevábamos como las buenas hijas que éramos a la cama. Con voz dulce nos lo agradeció. La dejamos descansar.
Pasó media hora. Mi hermana y yo nos asomamos a la habitación. Nuestra madre respiraba con dificultad, el pecho le subía más de la cuenta. Echaba espumarajos por la boca. Cayetana, Cecilia ¡Ayuda! Su voz era un fino hilo. La dejamos descansar.
En la habitación de al lado, Cayetana y yo encendimos el ordenador. Teníamos que buscar el perro que queríamos adoptar.
Susana Álvarez es uno de los grandes legados que me llevé de los cursos de creatividad literaria que hice. Con una imaginación desbordante, los giros de sus textos y sus personajes se salen de las páginas de los vivos que están.